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En la Argentina, en efecto, hay en este momento, después de un periodo en el que la sociedad dirigió toda su atención a las reformas de la economía -sobre todo, a la estabilización, las privatizaciones y la apertura al extranjero- cierta preocupación por el incremento de la desigualdad, del mismo modo que la hay por la corrupción, un fenómeno que seguramente no es independiente del anterior. La persistencia de ambos podría hacer fracasar muchas de las políticas de apertura, de reducción del estado y de una nueva definición del cometido de este. Periódicamente se anuncia el fin de la historia, para usar la imagen del libro de Francis Fukuyama, escrito cuando cayó el muro de Berlín. Naturalmente, la historia no tiene fin, pero, de todos modos, ciertos problemas que la sociedad consideraba casi insolubles quedan un buen día resueltos y desaparecen de la discusión. Por ejemplo, la interferencia militar en la política ya no se plantea en muchas sociedades latinoamericanas, donde es capítulo cerrado; si bien existen sociedades en las que este tema continúa, por lo menos, entreabierto. Hay países en los que buena parte del debate económico se centra en la inflación, mientras que en otros ella ya no se discute. Los hay en los que las políticas de salud no se discuten demasiado, pero en algunos es el tema central; en otros países el debate gira en torno a la educación, pues los progresos educativos han sido minúsculos. En España, por ejemplo, no se cree que el problema mayor sea la educación, tal vez por la existencia de personas bien educadas que no consiguen empleo, pero en el Brasil la educación ocupa el centro de las preocupaciones. Las sociedades van solucionando algunos de sus problemas y dejando otros no resueltos. Ninguna reforma conduce al paraíso terrenal. Por eso, una de las peores cosas que puede pasarle a un país es caer en un debate sobre el acierto de las reformas que haya hecho, en vez de concentrarse en dar el próximo paso, establecer nuevas prioridades y aprender del pasado todo lo que se pueda. En la Argentina, obviamente, hay un problema de desempleo. No creo que la desigualdad haya crecido en América latina en los 90. Aumentó enormemente en la década de los 80, y en los 90 no mejoró mucho sino que se quedó estancada en niveles muy altos. En la Argentina -creo- hubo un cambio en dos direcciones: tanto en la situación de los más pobres como en la de ciertas capas ricas, ha habido una mejora; en cambio, la situación de cierto sector de la clase media empeoró. Probablemente, también se hayan registrado muchos ganadores y perdedores en cada estrato social. Cuando una sociedad cambia de ese modo, tiene que decidir qué criterios de justicia, equidad y solidaridad desea aplicar. Sin duda, las sociedades más solidarias son más equitativas y dan mejores oportunidades a los de abajo, lo que se refleja en una menor desigualdad en la distribución del ingreso. No creo que eliminar la inflación, tomar control de la deuda externa y llevar el estado a la solvencia financiera -como se hizo en la Argentina- signifiquen la desaparición de las demás ambiciones de la sociedad. -
El argumento para justificar políticamente ciertas acciones que se miraban con desconfianza fue poder disponer de recursos para aplicarlos en actividades como la educación, la justicia o la salud. Mucha gente aceptó las privatizaciones de empresas públicas, ante todo, porque los servicios eran malos, pero también porque transformar compañías estatales deficitarias en privadas eficientes y generadoras de impuestos llevaría a ahorrar dinero público con el que financiar aquellas actividades. Las reformas que estamos comentando significan cambios profundos en la organización social. Los países que las ejecutaron con éxito dieron importancia al hecho de que la información sobre los actos de gobierno fuese lo más pública posible, de modo que los administradores estuviesen obligados a explicar y justificar públicamente sus decisiones. En materia de política fiscal, por ejemplo, si los gobiernos deben informar a la gente qué hacen con la plata, la competencia política, los medios de comunicación y el mercado de bonos impedirán en buena medida vicios bien conocidos, como el gasto irresponsable por motivos electorales de corto plazo. Si las decisiones de entes reguladores de servicios públicos, como los de electricidad, agua o comunicaciones, son públicas, quienes las tomen se esmerarán por interpretar el interés colectivo y resistir las presiones de grupos particulares. La divulgación de la información y el control social que resulta de hacerla pública favorecen el ejercicio de la democracia e imponen una disciplina que se refleja en la conducción de las cosas del estado. Se ha investigado para verificar empíricamente si la transparencia importa y se ha concluido que así es, entre otras cosas, porque ella genera confianza entre gobernantes y gobernados. Por eso son buenas las formas institucionales que contienen incentivos para divulgar información veraz. Por ejemplo, la existencia de árbitros independientes, que contrarresten la desconfianza de los ciudadanos de la información emitida por los gobiernos. El diseño institucional puede así interactuar favorablemente con la realidad política, con los medios de comunicación y con el mercado para resolver problemas que la sociedad considere importantes. - ¿Cómo se ven en los organismos internacionales la financiación de la ciencia y la realización de investigación en los países periféricos?
La posición de los organismos internacionales se pronuncia por un estado dedicado a los bienes públicos, en tanto que los bienes privados deben financiarse de otra manera. La ciencia básica tiene muchas características de bien público y por ello necesita financiamiento del estado. Efectivamente, así sucede en muchos países y, además, se intenta otorgar incentivos para que el resto de la sociedad use el aparato científico. Ello funciona bastante bien en economía, como se deduce de que, por lo general, los estados latinoamericanos han hecho uso de mucho talento económico. En los elencos de los gobiernos hay una cantidad de doctores en economía de las mejores universidades, que llegaron a los ministerios con excelentes trayectorias científicas. Es, sin duda, muy interesante que gente que ha dedicado su vida a la investigación en el campo de la ciencia económica haya terminado participando en el manejo económico de los estados. Son trayectorias que deberían encontrarse también en el ámbito de otras disciplinas, como la biología, la física, la química, etc. Ahora la Argentina tienen un sector petrolero pujante. Venezuela se benefició mucho gracias a las investigaciones en hidrocarburos encaminadas a resolver problemas que solamente allí se planteaban. Estoy seguro de que la Argentina, con su potencial agrícola, podría usar provechosamente las inversiones que haga en ciencia y tecnología. Israel es un buen ejemplo de investigación tecnológica que generó industrias tecnológicas vinculadas a varios sectores económicos. La Fundación Chile, en ese país, pudo unir la ciencia aplicada con el desarrollo productivo. Lo que no tiene buenas perspectivas en el mundo de hoy es la visión elitista de una actividad académica pura, realizada por seres especiales que se dedican al estudio del latín y esperan que la sociedad los mantenga. La inversión en ciencia se debe defender mediante argumentos basados en el bien público. Entre ellos, el que sostiene que los científicos básicos conducen el avance del conocimiento y la formación de profesores e investigadores, actividades desde las que se irradia la capacidad de efectuar otras que la sociedad requiere. - Ese razonamiento funciona bien en las ciencias naturales, cuyas aplicaciones cada vez dependen más de las ciencias básicas. Tal vez fuese también así en las ciencias sociales. En las humanidades puede ser distinto, aunque uno podría considerar las industrias culturales como las aplicaciones de las disciplinas humanísticas y pensar que, por ejemplo, con una buena cultura humanística, podrá haber buen teatro. Por ello, algunos tienen que dedicarse de todos modos al latín, o a su equivalente en las ciencias naturales y sociales.
Creo que siempre habrá espacio para el latín en las universidades, porque la gente quiere ser culta, y alguien les tiene que dar las bases de una cultura general. El hecho de que exista una demanda por clases de filosofía permite que haya un grupo de filósofos dedicados a esa disciplina. - La existencia de grupos aislados de investigadores que no transfieren su saber a la enseñanza, por buenos que fuesen, tiene poco sentido en nuestros países. En la Argentina se pudo advertir cierta tendencia a destinar fondos -incluso los proporcionados por el BID en su primer préstamo al CONICET- a centros de investigación no vinculados con universidades. Se pensó que debían proporcionarse condiciones óptimas de trabajo a algunos grupos de investigadores, pero luego se descubrió que los privilegiados no generan las ideas más creativas ni ponen gran esfuerzo en su trabajo. Pasando a otro tema, ¿cuál es la capacidad de prestar dinero del BID?
Unos 7500 millones de dólares al año, con un activo total de alrededor de 50.000 millones. El BID es el banco multilateral más grande de América latina, pero su importancia para la región ha cambiado, porque los flujos financieros de fuentes oficiales han perdido peso dramáticamente en comparación con los de las fuentes privadas. El año pasado, ingresaron en Latinoamérica capitales por unos 70.000 millones de dólares, de los cuales el Banco Mundial y el BID habrán aportado unos 9000 millones, o alrededor del 13%. La función del BID, en mi interpretación, es ayudar a que los gobiernos puedan realizar mejor las cosas que deben hacer, es decir, actuar como un banco de ideas y de tecnología para los gobiernos. El banco es una comunidad de veintiséis países latinoamericanos que enfrentan problemas similares, más veinte países extra-regionales dispuestos a compartir experiencias. Debería desarrollar la particular capacidad para solucionar determinados problemas, por el hecho de que está presente simultáneamente en todos esos países. Gran parte de ese conocimiento y de las nuevas ideas están incorporados en los proyectos que financia. Asegurar que, con el dinero, los países puedan adquirir las mejores ideas para resolver los problemas de nuestras sociedades, es para mi, el gran reto. |
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